Se basa en el estudio del método implícito
en los análisis del pensador Martin
Heidegger, fundamentalmente en sus análisis etimológicos de la historia de la filosofía.
Consiste en mostrar cómo se ha
construido un concepto cualquiera a partir de
procesos históricos y acumulaciones metafóricas (de ahí el nombre de
deconstrucción), mostrando que lo claro y evidente dista de serlo, puesto que
los útiles de la conciencia en que lo
verdadero en sí ha de darse, son históricos, relativos y sometidos a las paradojas de las
figuras retóricas de la metáfora y la metonimia.
El concepto de deconstrucción
participa a la vez de la filosofía y de la literatura y ha estado
muy en boga en especial en Estados Unidos. Si bien es verdad que el término fue
utilizado primero por Martín Heidegger, es la obra de Derrida la que ha
sistematizado su uso y teorizado su práctica.
El término deconstrucción es
la traducción que propone Derrida del término alemán Destruktion, que
Heidegger emplea en su libro Ser
y tiempo. Derrida estima esta traducción como más pertinente que la traducción
clásica de ‘destrucción’ en la medida en que no se trata tanto, dentro de la
deconstrucción de la metafísica, de la
reducción a la nada, como de mostrar cómo ella se ha abatido.
En Heidegger, la destruktion
conduce al concepto de tiempo; ella debe velar por algunas
etapas sucesivas la experiencia del tiempo
que ha sido recubierta por la metafísica haciendo
olvidar el sentido originario
del ser como ser
temporal.
Las tres etapas de esta
deconstrucción se siguen en busca de la historia:
- la doctrina kantiana del esquematismo y el tiempo como etapa prealable de una problemática de la temporalidad;
- el fundamento ontológico del cogito ergo sum de Descartes y la retoma de la ontología medieval dentro de la problemática de la res cogitans;
- el tratado de Aristóteles sobre el tiempo como discrimen de la base fenoménica y de los límites de la ontología antigua.
Sin embargo, si Heidegger anuncia
esta deconstrucción en el fin de la introducción de Sein
und Zeit (Ser y tiempo, § 8,
pág. 40 de la edición de referencia), esta parte —que debía constituir,
según el plan de 1927, la segunda
de la obra— no ha sido jamás redactada en tanto que tal. Al menos puede
considerarse que otras obras o conferencias la bosquejan parcialmente,
comenzando por la obra Kant y el problema de la metafísica, publicado en
1929.
Derrida traduce y
recupera por cuenta propia la noción de deconstrucción; entiende que la significación de un texto
dado (ensayo, novela, artículo de
periódico) es el resultado de la diferencia entre las palabras empleadas, ya
que no la referencia a las cosas que ellas representan; se trata de una
diferencia activa, que trabaja en creux el sentido de cada uno de los
vocablos que ella opone, de una manera análoga a la significación diferencial saussuriana en lingüística. Para
marcar el carácter activo de esta diferencia (en lugar del carácter pasivo de
la diferencia relativa a un juicio contingente del sujeto) Derrida
sugiere el término de différance,
‘diferencia’ suerte de palabra baúl que combina diferencia y participio
presente del verbo «diferir».
En otras palabras, las
diferentes significaciones de un texto pueden ser descubiertas descomponiendo
la estructura del lenguaje dentro del cual está redactado.
La deconstrucción es una
estrategia vivamente criticada, principalmente en Francia, donde está asociada
a la personalidad de Derrida.
Su estilo, a menudo opaco,
vuelve oscura la lectura de sus textos. Sin embargo, la deconstrucción ofrece
una visión radicalmente nueva y de una gran fuerza sobre la filosofía del siglo
XX.
La deconstrucción no debe ser
considerada como una teoría de crítica literaria ni mucho
menos como una filosofía. Es una estrategia, una nueva práctica de lectura, un
archipiélago de actitudes ante el texto. Investiga las condiciones de
posibilidad de los sistemas conceptuales de la filosofía pero no debe ser
confundida con una búsqueda de las condiciones trascendentales de la
posibilidad del conocimiento. La
deconstrucción revisa y disuelve el canon en una negación absoluta de
significado pero no propone un modelo orgánico alternativo.
Hasta ahora la filosofía
tradicional de Occidente (platónico-hegeliana) había
presupuesto siempre un escenario de racionalidad
sistemática, un dominio del habla sobre la escritura, un mundo
en última instancia en el que todo tiene sentido.
La deconstrucción se rebela
entre este abuso de la racionalidad de herencia hegeliana, proponiendo
precisamente lo contrario: la imposibilidad de que los textos literarios tengan
el menor sentido.
En esta filosofía tradicional,
la obra literaria es considerada como una envoltura retórica en cuyo
interior duerme la sabiduría oculta de la Idea a la que el
lector debe despertar con el beso semiológico.
La obra literaria estaba en
ese sentido considerada siempre como dotada de una totalidad de sentido.
La deconstrucción afirmará que
la envoltura retórica es todo lo que hay y que por ello la obra
de arte literaria es irreductible a una idea o un concepto. En ese sentido la
deconstrucción va a negar a la obra literaria el concepto de totalidad al
afirmar que el texto no puede ser aprehendido en su
globalidad ya que la escritura circula en un movimiento constante de remisión
que convierte a la totalidad en parte de una totalidad mayor que nunca está
presente.
De esta forma es imposible enmarcar
el texto, es decir crear un interior y un exterior.
«Il n’y a hors du texte», dice
Derridá.
En cuanto al sentido, a los
ojos de la deconstrucción éste es interminablemente alegórico y por lo
tanto carece de univocidad y de obviedad. Al lenguaje se le
reconoce una gran complejidad y equívoca riqueza por lo que se aceptan dos
tipos de lectura: la unívoca basada en el mensaje transparente y la
deconstructiva, que remite a la plasticidad y corporeidad misma de los
significantes.
La deconstrucción niega la
posibilidad de la denotación pura, de la
referencialidad del texto.
Ante la dictadura del canon
plantea la democracia de la polisemia,
estableciendo que el acto de lectura genera infinitas diseminaciones.
Frente a un texto será
imposible determinar una lectura como la buena. Las lecturas posibles serán así
infinitas porque jamás lectura alguna alcanzará el buen sentido.
Por último la deconstrucción
se aplica a todos los factores que pueden funcionar como centro estructural de
un texto (significado trascendental, contexto, contenido, tema...)
de manera que no puedan detener el libre juego de la escritura.
Con todo ello la
deconstrucción va a plantear básicamente una disociación hiperanalítica del
signo proponiendo una subversiva puesta en escena del significante afirmando
que cualquier tipo de texto (literario o no) se presenta no solamente como un
fenómeno de comunicación, sino
también de significación. La deconstrucción realiza un planteamiento quiásmico,
es decir, se mueve entre la negación-afirmación del símbolo.
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