Falleció recientemente el internacionalmente reconocido
historiador Eric Hobsbawm. Este influyente intelectual estuvo dentro de
lo que podríamos llamar el star system cultural, pues logró
combinar un rigor académico evidente con una nada despreciable posición
en las marquesinas de las secciones culturales de los principales medios
de comunicación del planeta. Esto último tal vez se originó, en buena
medida, por el impacto que provocó su visión del “corto siglo XX”, que
se centró en la revisión de lo ocurrido entre el estallido de la Primera
Guerra Mundial y el derrumbe del Muro de Berlín, en Historia del siglo XX
(Editorial Crítica, Barcelona, 1995). En dicho texto, que tuvo una
acogida muy favorable tanto entre críticos como en un buen número de
lectores (ha sido traducido a cerca de 10 idiomas), Hobsbawm, sin
embargo, rompió con lo que había sido una línea de su trabajo, que se
había centrado en el siglo XIX (con evidentes influencias marxistas), y
por primera vez abordó el análisis de un período histórico
contemporáneo, de cuyos sucesos –en buena medida– además fue testigo.
Nació
en Alejandría en 1917, cuando Egipto formaba parte del imperio
británico; se educó en la Viena de los años veinte, pasó su adolescencia
en Berlín y abandonó Alemania con la llegada de Hitler al poder. Desde
entonces vivió en Londres. Vivió un período en Colombia y Perú. Fue
miembro de la British Academy y de la American Academy of Arts and
Sciences, y hasta su retiro enseñó en la Universidad de Londres, en el
Birkbeck College. Es evidente que esta vivencia internacional,
precisamente a lo largo del siglo XX, le otorgó claves para su lectura.
Con
constantes referencias a la influencia marxista en su vida intelectual,
y de esta corriente en el propio quehacer de los estudios históricos,
para Hobsbawm una vez derrumbado el Muro de Berlín, y con él –de alguna
manera– una apuesta política comunista, resulta muy estimulante seguir
haciendo historia desde el bando de los vencidos. Su amplia mirada sobre
el siglo XIX se condensó, en buena medida, en la trilogía: La era de la revolución, 1789-1848, La era del capital, 1848-1875 y La era del imperio, 1875-1914, a la que luego se sumó Naciones y nacionalismo desde 1780.
Hobsbawm
apuntó en la perspectiva de la “historia desde abajo” a una cuestión de
método: en la “historia desde abajo” el problema del historiador, desde
su punto de vista, no es tanto descubrir una buena fuente. Se trata de
reunir una información a menudo fragmentaria; por lo que el reto está en
que “debemos componer nosotros mismos el rompecabezas”. Para el autor,
el nuevo enfoque implica para el historiador de los de abajo que no
puede ser un positivista de la vieja escuela. Por otro lado, debe saber,
en cierto modo, qué es lo que busca, y sólo si lo sabe puede reconocer
si lo que encuentra encaja con su hipótesis o no.
Finalmente, otra
cuestión de peso relevante en la mirada de Hobsbawm, que como hemos
dicho en realidad disecciona la labor del historiador, está relacionada
con el historiador y su época, en tanto esa época que justamente está
viviendo pase a ser motivo de sus reflexiones y análisis. La mirada del
autor sobre este tema surgió a propósito de su libro sobre el siglo XX,
pues buena parte de los sucesos que aborda él pudo presenciarlos y
vivirlos. Esta condición le otorga a quien escribe sobre los hechos
contemporáneos una dosis muy personal, que si bien es inevitable en el
análisis de cualquier período (incluso de los más remotos), es aquí
asunto central. Para nuestro autor, en la medida en que el principio de
la comprensión histórica es una apreciación de la otredad del pasado, y
que el peor pecado de los historiadores es el anacronismo, los
historiadores tienen una ventaja innata que compensa numerosas
desventajas en relación con otros investigadores sociales, al observar y
escribir sobre su tiempo presente. Hobsbawm se distinguió en este campo
y con ello alcanzó una influencia diríamos que global.
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