07 julio 2013
Cordiox obra de Ariel Guzik en Venezia 2013
Cordiox es un instrumento complejo, imposible explicar aquí todos los elementos y los procesos que en él ocurren. Ahí no hay imágenes, no hay relato. Ahí solo hay sonidos “recogidos” del ambiente y devueltos a la escucha en ese espacio en el que se dice que Vivaldi ensayaba sus obras, y en donde quizás se produjo parte de la evolución de la afinación pitagórica usada en la Edad Media a la música de armónicos.
Resulta curioso que mientras en la selección oficial apuesta por una “visión enciclópedica” que intenta incluir los saberes místicos y religiosos de otras culturas dentro de ese enorme compendio de la “occidental” y que sólo puede aspirar a la representación un tanto banal y descontextualizada, la pieza de Guzik no busca nada fuera de sí, tampoco pretende representar la experiencia, sino que la produce y la entrega en estado “puro” al visitante.
Cordiox es el don de esa experiencia sutil de la propia vibración interior de cada ser, de cada objeto en el espacio. Quizás no haya acto más político ni más potente en términos de arte que ese “ordenamiento silenciador” del inabarcable ruido del mundo, y la búsqueda de la empatía por medio de la vibración. Aquí la fuerza entrópica sí juega un papel importante: es ella la que precisamente “reordena” las vibraciones y el ruido para emitir un sonido apenas audible.
Es de celebrarse que el proyecto de Guzik junto a la curadora Itala Schmelz haya sido el elegido para representar a México. Y aunque el arte no deba buscar premios ni distinciones, si algún pabellón mereció ganarlo fue este. No sólo por la belleza delicada y precisa de la pieza, por los años de investigación que hay detrás, por su implicación con la historia del recinto, por su respeto y su deferencia no para las ruinas de nuestra cultura ni para su inútil fagocitación de lo otro, sino para lo que ella ha dado y sigue dando a la vida, por su enorme potencia, por su desafío frente a la vulgaridad y a la insensatez del consumo cultural, y porque finalmente si hay arte, está justo ahí, en una Ética convertida en armonía -más allá de los relatos y de las ideologías- contenida en un espíritu libre, laico, musical que resuena entre las cuerdas y el cristal.
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