31 marzo 2012

Groys hace una reseña de sobre lo nuevo en el arte




Lo que el autor se propone en este trabajo es cuestionar y poner en duda ciertos valores y criterios con los que los estudios sobre la cultura moderna fundamentan sus análisis. Con este objetivo Groys efectúa un diagnóstico: lo que caracteriza a la cultura y el arte modernos, a diferencia de las artes clásicas y medievales, es justamente la aspiración a “lo nuevo” como criterio de valor de cualquier manifestación artística. Mientras en el pasado a un artista se le exigía que se mantenga dentro de los cánones establecidos por la tradición, para que su obra sea preciada como tal, en la modernidad este valor es subvertido y se exige al artista originalidad, que exprese cosas nuevas , de manera nueva y con métodos nuevos. Paradójicamente asistimos a un momento de la historia en el que el futuro ya no promete nada sustancialmente nuevo, algo que el sentido común expresa como: “ya está todo inventado”. El futuro entonces se revela como una eterna repetición de lo ya existente. Ante esta situación los teóricos así llamados posmodernos proclaman que hay que descartar la idea moderna de la necesidad de lo nuevo y su importancia para comprender el futuro. Para ellos el futuro ya llegó. Declaran una renuncia radical a lo nuevo. Aquí vale recordar textualmente un pasaje de Groys: “…al utopismo moderno, que proclamaba una y otra vez el inmutable dominio de algo decisivamente nuevo en todos los tiempos futuros, no se lo supera simplemente con la utopía posmoderna de la renuncia a todo lo nuevo en todos los tiempos venideros”. Tras refutar la idea posmoderna del “fin de la historia” Groys problematiza la concepción moderna sobre “lo nuevo”y sostiene que esta especie de glorificación de lo nuevo como lo realmente verdadero y determinante del futuro, se haya arraigada a una vieja idea de la cultura según la cual, pensamiento y arte (moderno) deben describir adecuadamente el mundo real. Esta idea tan cartesiana de la verdad y el conocimiento como aquello que “representa” fielmente el mundo va a ser criticada por el autor. Esa tal concordancia con lo real, no puede ser de ninguna manera un criterio de verdad puesto que la verdad es algo que se construye en la relación entre sujeto y objeto, no está en el objeto, en la cosa misma, presuntamente oculta. Pero, si “lo nuevo” no trae consigo la verdad, ¿por qué no apartarse de lo nuevo, renunciar a ello? Lo que ocurre es que nunca podríamos apartarnos de lo nuevo puesto que al hacerlo estaríamos incurriendo en algo nuevo. En este punto es cuando Groys se pregunta por el sentido de “lo nuevo”, por su valor. Y nos dice: “el valor de una obra de la cultura se determina por medio de su relación con otras obras, y no mediante su relación con la realidad exterior a la cultura, por su verdad o su sentido”. Entonces “lo nuevo”, la innovación nunca opera con las cosas mismas sino con las jerarquías culturales y los valores. Por lo tanto si la innovación o “lo nuevo” no consiste en descubrir algo que estaba escondido, deberá consistir en la transmutación de valores de algo ya visto y conocido desde siempre.
La innovación como transmutación de valores. Groys plantea que, como toda transmutación de valores, la innovación es un proceso económico. De ahí que la exigencia de “lo nuevo” pertenezca al ámbito de las obligaciones que, a su vez, determinan la vida de la sociedad. Pero de ello no hay que suponer un reduccionismo economicista de la cultura, sino más bien todo lo contrario. El autor nos dice que toda descripción de la economía es, ante todo, una actividad cultural, es en definitiva, un producto cultural. De manera que, desde un enfoque reduccionista la actividad cultural estuviera sometida a la coerción económica, no tendría sentido estudiar la cultura, pues ésta sólo sería un reflejo de aquella. Groys, por contrario, sostiene que la cultura es, por su dinámica y capacidad de innovación, el terreno por excelencia de la lógica económica. Esta caracterización de la cultura como un proceso de transmutación de valores y por lo tanto, proceso signado por una lógica económica lleva a Groys al encuentro con un tema central para todo analista de la cultura y las artes: ¿cómo se constituye el valor de un producto cultural? En el arte clásico la obra adquiría valor en cuanto se ajustaba a la tradición ya consagrada y había sido producida de acuerdo a ciertos modelos. Ocurre que en la modernidad es justamente “lo nuevo”, la innovación y no la tradición, lo que jerarquiza una obra artística, ¿qué le otorga valor a un producto cultural que rompe con los modelos tradicionales? La respuesta más corriente a este interrogante ha sido aquella que argumenta que los productos innovadores de la cultura no tienen relación con el pasado sino con la realidad, que a su vez, es exterior a la cultura. No obstante, Groys nos advierte que el arte de la modernidad, al menos a partir del Renacimiento, rompió con la tradición anterior por causa de la representación “verdadera” de la realidad. Luego, el arte moderno, se distanció también de la imagen “fiel” a la realidad exterior, pues ella se había convertido en una convención cultural. De esto concluye Groys que conceptos y categorías tales como la “verdad” de una obra de arte o su relación con una “realidad exterior”, no nos ayudan a responder la pregunta sobre qué es lo que le otorga valor a una obra de arte. La pregunta sobre el valor de una obra, entonces, sigue siendo la que indaga sobre la relación que se establece entre esa obra y la tradición y, también, con otros productos culturales. Lo central, en conclusión, para enjuiciar una obra cultural es su relación con a tradición cultural. Será valorada una obra según el éxito de su adaptación positiva (si da una forma parecida a la de los modelos tradicionales) o negativa, (si da una forma distinta a la tradicional). Lo nuevo en el archivo. En este capítulo Boris Groys, vuelve a hacer un análisis comparativo entre las obras culturales de la modernidad y las de la Antigüedad clásica y Edad Media. Como ya se venía describiendo en el pasado, en el ámbito cultural, toda orientación a lo nuevo era condenada y “lo nuevo” era considerado como una deformación. En el pensamiento moderno, por el contrario, subyace el supuesto de que “la verdad” puede revelarse en el presente o en el futuro, y no tanto en el pasado. No obstante, también en la modernidad se sigue considerando la verdad como algo eterno. Es decir, una vez que la verdad es descubierta, queda sujeta a su perpetua conservación para todos los tiempos venideros. Esto es lo que lleva a Groys a afirmar que “el utopismo de la modernidad es, a su manera, un conservadurismo de futuro”. Pero, como observa el autor, esta orientación moderna hacia una verdad que se revela en el tiempo, termina haciendo más radical la pretensión de esa verdad pues ella sería anterior al tiempo, originaria. Desde Descartes y su duda metódica, la filosofía moderna ha intentado fundar un método que la permita organizar en futuro con fundamentos generales, universales e inmutables. Así, artistas como Malevich o Piet Mondrian, intentaron mostrar una estructura formal de cada obra, más allá de las especificaciones de cada momento histórico. Esto tendía declarar como estilo artístico universal del futuro el de la estructura formal. Por último, Groys critica las corrientes de pensamiento de la modernidad que intentaron explicar la historia o, más específicamente, los cambios que motorizan la historia, como referencia a algo que está fuera de la cultura, algo que la cultura no conoce o que se le oculta, algo que ella misma no controla. Lo que provoca el cambio histórico es “lo otro”, algo que se le adjudica una realidad aparte de la cultura. Esto “otro” que provoca el cambio histórico asume distintas denominaciones según la corriente de pensamiento: instinto de raza, historia, naturaleza, vida, deseo, lucha de clases, tecnología, lenguaje o diferencia. Ahora bien, “lo nuevo” no es nunca simplemente “lo otro” respecto de la tradición. Es, dice Groys, “algo valioso que enaltece un determinado periodo histórico y concede al presente la primacía sobre el pasado y el futuro”. Lo “nuevo” no es un síntoma de “lo otro”sino que lo hace accesible, visible, es lo que actúa en la cultura y no fuera de ella.

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