17 mayo 2009
"Temporada de caza para el león negro" Tryno Maldonado
La figura del genio lleva acechando a las artes desde que éstas tienen nombre. Si Platón separaba a estos afortunados hombres del resto de los mortales, por ser la voz a través de la cual hablaban los dioses, (ésta es la famosa inspiración de las musas que tanto daño a hecho al imaginario colectivo), Kant los catapultó hasta lo más alto, cuando dijo que “el genio consiste propiamente en la proporción feliz, que ninguna ciencia puede enseñar y ninguna laboriosidad aprender, para encontrar ideas a un concepto dado, y dar, por otra parte, con la expresión mediante la cual la disposición subjetiva del espíritu producida pueda ser comunicada a otros”. De esta manera, puesto que ya le apoyaba la teoría, y provisto de un don innato, el genio romántico lo único que tuvo que hacer fue autoproclamarse como el portador de la verdad, la originalidad y la autenticidad, así como el único conocedor de las esencias de la naturaleza.
Pero sucede también que los genios son designados por otros. Durante el Romanticismo cualquier poeta se veía en el derecho de reivindicar su genialidad y talento sobrenatural, aunque lo característico del S. XX ha sido que los encargados de atribuir tales cualidades fuesen aquellos que rodeaban a la personalidad genial. Así, Greenberg construyó un Pollock excepcional, las editoriales un Boom latinoamericano y generacional, y los medios de comunicación a tantos y tantos “artistas inigualables”. Cabe preguntarse aquí quién es el que acaba por sacarle partido al talento y de quién es el verdadero ansia de convertirse en genio.away-from-the-flock-divided20052
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